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¿Cómo organizamos la vuelta a la escuela?

¿De verdad piensa alguien que los escolares van a poder volver en días o semanas alternos, que se va a reforzar en un 50% al profesorado o que el gran problema está en las notas? ¿Trabajarán también los padres de modo alterno? ¿Detraeremos el dinero para la educación de la sanidad, vendrá solo del superávit fiscal o caerá todo del anhelado impuesto a las grandes fortunas? ¿Viviremos el habitual debate a 17+1 sobre quién es más listo?

¿Cuántas otras ocurrencias nos esperan?

¿Seguirá en twitter el inacabable desfile de opinadores para los que todo va mal, todo es imposible, todo es un ataque a lo público o todo es bolivariano? ¿Nos rendiremos a quien mejor maneje el irresistible mensaje de ¡todo por los niños!, como cuando se proclama que volverán los de 0 a 5 años y a continuación todo lo contrario?

Los imperativos son sencillos como la vida misma, de supervivencia: la salud pública exige distancia, lo que en el caso de los menores requiere condiciones materiales propicias y supervisión adulta; los alumnos tienen que recuperar el ritmo escolar, lo que en general requiere el trabajo presencial con sus profesores, la vuelta a clase, aunque de ninguna manera en exclusiva ni necesariamente como antes; los niños y los jóvenes deben poder socializar entre sí, en directo y en persona, aunque con la debida distancia social; y los padres tienen que volver a su empleo, si lo tienen o en cuanto lo tengan, pero con la tranquilidad de que sus hijos están siendo cuidados, que no sólo quiere decir custodiados (pero lo incluye).

Diversidad, desigualdad y extremos

Añádase a esto la diversidad y desigualdad entre los alumnos, entre los centros y entre los profesores. Entre los alumnos tenemos, en un extremo, a los que carecen del equipamiento más elemental para la escolarización en casa: dispositivos, conectividad, un lugar adecuado en el que trabajar, a lo que se añaden los hogares en que podía ser suficiente para unas tareas escolares por la tarde pero deja de serlo cuando la exigencia escolar aumenta, los padres teletrabajan y los mismos medios se usan también para compras, gestiones varias y relaciones familiares y sociales; se solapan con ellos, y son más, además, los que apenas han aprendido a hacer otro uso de la tecnología que el consumo fácil y pasivo de contenidos.

Pero en el otro extremo también tenemos alumnos en hogares magníficamente equipados, que son digitalmente muy competentes y/o tienen el apoyo de otros que lo son, y que cuentan con espacios suficientes y confortables.

Entre los centros también hay gran variedad. Las aulas en las que se discute cuántos alumnos cabrán pueden ser parecidas pero no son iguales, por lo que no servirá de mucho una ratio universal (¡ay, las ratios!).

Aparte de esas, el centro típico cuenta con algunas otras aulas especializadas (de informática, música, plástica, laboratorios…), dependiendo del tamaño, la etapa, la titularidad y más, y otra serie de espacios tales como gimnasios, salones de actos, salas de usos múltiples, comedores, a veces amplios porches y corredores… Seguro que ya todo se utilizaba y no sobraba espacio, pero para llenar un aula de dibujo hay que sacar al alumnado de la ordinaria, etc.

Los centros tienen mucho más espacio que las aulas ordinarias

Quiero decir con esto, simplemente, que los centros tienen mucho más espacio que las aulas ordinarias cuya cabida tanto se discute, sin contar con que ya tenían muy distinto nivel de ocupación en relación con su capacidad (los públicos, en general, tienen menos alumnos por aula, por profesor y por superficie, pero algunos privados pueden tener instalaciones envidiables).

En paralelo, numerosos centros tenían ya distintas plataformas virtuales en las que volcaban información, recursos, comunicación o actividades de aprendizaje (cada elemento es distinto), pero otros apenas contaban con páginas web de principios de siglo, documentos en PDF y algún grupo de WhatsApp, incluso a su pesar (y, en medio, todo lo imaginable). No menos importante, en fin, resulta hasta qué punto un centro es un centro o una suma de docentes, si la dirección puede asegurar una movilización coordinada y ágil o si cada docente campa en su aula, más ahora que es virtual.

Los profesores también son un colectivo variado

Por último, también los profesores son un colectivo variado. En esta crisis, lo esencial ha sido su capacidad de trasladar, adaptar y reinventar en un entorno casi exclusivamente virtual lo que antes era sólo o abrumadoramente presencial, cada cual por sí mismo o en colaboración.

Algunos ya habían dado en mayor o menor medida el salto o estaban en las mejores condiciones para hacerlo por su competencia digital; otros no tanto, pero han calibrado la emergencia, han asumido la responsabilidad, han mejorado sus competencias y lo van a seguir haciendo cada día; más tampoco han faltado quienes se han puesto de perfil, quienes creen que cualquier tiempo pasado fue mejor y militan por ello o quienes sólo ansían la jubilación o que todo esto pase pronto para seguir como de costumbre.

Basta hurgar en cualquier acúmulo de testimonios de los alumnos o las familias para ver un muestrario.

Entre el imperativo de la salud y el de la educación

¿Qué hacer ahora, cuando la desescalada supone un conflicto de difícil conciliación entre el imperativo de salud y el imperativo de la educación? El primero dicta que los escolares deberán mantener entre sí distancias que son impracticables en las aulas ordinarias, y eso sin contar con que, en el mejor de los casos, colearán contagios y, sobre todo, cuarentenas, habrá dificultades añadidas en el transporte público y quién sabe qué otros disruptores de la vieja normalidad.

El segundo, que la escuela debe proporcionar una educación eficaz e inclusiva y, last but not least, que tiene a su cargo el cuidado universal de los menores de edad. Añádase a esto los alumnos con discapacidades u otras necesidades educativas especiales, los que no manejan bien la lengua vehicular, los que dependen de la beca de comedor para una dieta mínimamente suficiente y equilibrada o los que viven en hogares y/o barrios que ya eran inadecuados e inseguros y ahora lo son más.

El consenso parece llegar hasta que, cuando las escuelas se reabran, el regreso a las aulas será limitado (tantos niños, tantos metros, tantos días u horas…) y tendrá lugar en paralelo con el mantenimiento de la actividad virtual, en línea o a distancia, lo que se ha dado en llamar una enseñanza, o un aprendizaje, o digamos un sistema (para no discutir aquí lo que no urge tanto) bimodal.

¿Puede la escuela reorganizar la vida de las familias?

En lo que respecta a la actividad presencial, lo importante es que sean los centros los que, conforme a unas normas generales (por ejemplo, de distancia social o de prioridades) decidan cómo organizar su actividad según sus necesidades y sus medios (por ejemplo, cuántos alumnos, y cuáles, en qué aulas, a qué horas, etc), pero siempre con clara conciencia de que no se puede reorganizar la vida económica y social de las familias alrededor de la escolar, sino que, llegado el caso, habría de ser más bien al revés.

En cuanto a la actividad en línea, habrá que tener en cuenta la crisis económica general, aunque tal vez no en la forma perezosa en que suele hacerse (los centros deben saber, por ejemplo, que equipar a un alumno con una tableta y todo el material de un ciclo dentro de ella es ya bastante más barato que hacerlo en papel), y a los grupos más vulnerables en particular.

Habrá que pensar en actividades síncronas y asíncronas, en conexión y sin ella, individuales y colaborativas, supervisadas o no, así como recordar que, aunque la oferta de recursos digitales es enormemente rica y variada, las soluciones adoptadas deben ser tan simples y homogéneas como sea posible para que estén al alcance de todos los alumnos y de todos los docentes.

Ambas modalidades tienen sus límites, de por sí y recíprocamente impuestos, pues los profesores no pueden desdoblarse (aunque quizá puedan y deban todos estirarse, como ya lo hacen muchos de ellos y como lo han hecho los sanitarios y otros) y los hogares tienen carencias a menudo insalvables. Aquí es donde debe hacer entrada, en mi modesta opinión, una tercera modalidad que podríamos denominar aprendizaje autónomo y/o en línea, pero en sede.

Algunos alumnos pueden estudiar algunos días desde casa; otros no

Hay alumnos para los que permanecer dos o tres días de la semana en casa, o cualquier otra forma de semiescolarización o de reescolarización parcial, no va a ser problema alguno, pues cuentan con el entorno material y humano idóneo: déjeseles hacerlo así, con la orientaciòn y el seguimiento necesario, si eso mejora su seguridad y facilita la atención a otros.

Pero también hay alumnos que necesitan más que nunca un lugar para estudiar, para otras actividades formativa y de desarrollo, incluso para jugar que su medio no puede ofrecerles, y aquí podemos y debemos recurrir a la escuela sin necesidad de hacerlo al aula. En primer lugar, espacios para el estudio, con equipamiento y conectividad y con una ligera supervisión adulta, lo que equivale a internalizar la actividad autónoma y/o en línea.

En el modelo convencional de sistema mixto, o blended, lo presencial tiene lugar en la escuela y lo virtual en el hogar; en las circunstancias actuales, ambas modalidades deben tener lugar dentro de la escuela, y la modalidad virtual debe hacerlo tanto en ésta como en el hogar. La modalidad virtual en la escuela es justamente el tercer elemento que permite hablar de un sistema trimodal.

¿Es necesaria y posible esta tercera modalidad híbrida?

Me atrevería a decir que esta tercera modalidad siempre fue necesaria y siempre habría sido, es y será positiva, pero ahora resulta en todo caso necesaria, o lo es más que nunca, porque no todos los hogares pueden dar soporte, o igual soporte, y menos hoy, a la modalidad virtual.

Y es posible porque, como dije al inicio, los centros escolares disponen de una amplia colección de espacios que tal vez estuvieran óptimamente utilizados con los criterios de antes, pero que no lo están a pleno rendimiento y pueden serlo de otra manera en la actual situación de emergencia.

No hay fórmulas para todos, pero moviendo algunos muebles (que por eso se llaman así, aun si están atornillados al suelo), incluso tirando algunas paredes si hace falta (la mayoría son de escayola), con inteligencia y con ganas de colaborar, se pueden hacer muchas cosas.

Habrá que añadir recursos humanos con fórmulas adecuadas a la urgencia y la transitoriedad (esperemos) de la situación: docentes temporales, en prácticas, cuidadores, voluntarios…; en ningún caso, digámoslo con claridad, se trataría de colar por la puerta de atrás un aumento de plantillas o una reducción general de las ratios: la sola idea, indigna.

Habrá que arbitrar, donde sea posible y útil, formas de colaboración con otras instituciones y entidades públicas y privadas: bibliotecas o polideportivos municipales, parroquias, etc.

Y, por cierto, la jornada escolar matinal intensiva, compactada, o mal llamada continua, que se ha impuesto por doquier a alumnos y familias aunque les perjudicase, la quisieran o no, para la enseñanza primaria y la secundaria obligatoria en gran parte de la escuela pública (no así en la privada y concertada, donde las familias pueden votar con sus pies), debería ser simplemente ignorada en este contexto, si es que no pulverizada para siempre.


Mariano Fernández Enguita es catedrático de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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