La educación se debe considerar para que todo estudiante tenga un espacio, con sus diferencias entre sí y con sus propias necesidades. Una educación que favorezca la escuela y la universidad inclusiva, donde se demuestre que se hace la diferencia, que el estudiante con necesidades especiales cuenta y que se respetarán sus acomodos en cualquier modalidad de enseñanza.
Los acomodos “tienen la intención de reducir los efectos de la discapacidad en los estudiantes; no reducir las expectativas para el aprendizaje” (Manual de Acomodos DEPR, 2018). Es importante entender que el estudiante necesitará de estos acomodos, no solo en la sala de clases, también en su hogar, en la comunidad, en la universidad y en el área laboral. Así como existen diferentes discapacidades y necesidades especiales, así tienen que existir diferentes acomodos; desde cómo el docente presenta su clase, cómo el estudiante contesta las pruebas y tareas, sus presentaciones orales, el tiempo que necesita para realizar las actividades, hasta el ambiente de la sala de clases.
Crear un ambiente educativo en el que se atiendan las necesidades especiales del estudiante, en el que se pueda entender que todos son únicos, y por tanto, especiales, hoy día es un reto. Por la necesidad actual y viviendo una pandemia, hemos creado salas de clases virtuales con prácticas de enseñanza diferentes, muchas veces improvisadas para lograr cumplir con metas y objetivos académicos. Lamentablemente, no ha habido el tiempo de trabajar de manera dirigida, estructurada y uniforme con los estudiantes que presentan necesidades especiales, quienes asistían a sus salones de clases regularmente con sus maestros (as), y recibían el apoyo según su necesidad particular.
Hoy están todos integrados en la misma pantalla a la misma hora. Dónde quedaron esos “acomodos” que proveen acceso equitativo durante el proceso de enseñanza-aprendizaje y evaluación para satisfacer las necesidades individuales de estos estudiantes. Esa precisamente es la interrogante de aquellos a quienes el COVID-19 les cambió la vida de repente: del salón de clases a la computadora. De eso se trata, trabajar esos acomodos de manera virtual para que todos los estudiantes tengan las mismas oportunidades. Movernos hacia otra dimensión proveyendo oportunidades y accesos a través del cristal.
Según Torres (1990) y Arroyo (2014) en Navarrete (2019), la clase virtual, por el uso de la computadora, ofrece ciertos beneficios como:
- Ahorra tiempo y esfuerzo.
- Integra dinámica visual, importante para los estudiantes con problemas del lenguaje.
- Aumenta la motivación y refuerza la atención.
- Prepara al estudiante para el aprendizaje permanente y autónomo.
- Estimula la creatividad.
- Contribuye a la adquisición de capacidades básicas, como son la lectoescritura, la expresión, el cálculo, el pensamiento lógico, solución de problemas, entre otros.
Se ha demostrado que la realidad virtual ha ayudado a la inclusión. Tanto las escuelas como las universidades deben considerar que los estudiantes con necesidades especiales serán exitosos en la medida en que se trabaje para desarrollar en ellos las competencias necesarias para sobrevivir en un mundo cambiante y competitivo. Su equipo docente debe ser empático y ofrecer salas interactivas donde la finalidad sea el desarrollo del pensamiento crítico, la capacidad de resolver problemas y el razonamiento lógico. Contará con prácticas educativas que incluyan metodologías variadas e innovadoras. El docente, además deberá crear el material que responda efectivamente a las necesidades especiales.
No hay duda de que es importante cambiar el enfoque de las planificaciones de cómo los estudiantes con necesidades especiales van a enfrentar la experiencia educativa. Caribbean University es consciente de ello y lo enmarca en políticas institucionales garantizándoles a los estudiantes experiencias de verdadera inclusión.
La autora es la decana académica de Caribbean University, Puerto Rico.