La pandemia de COVID-19 podría hacer que la pobreza de aprendizajes —el porcentaje de niños de 10 años que no pueden leer un texto básico— aumente a cerca del 70% en los países de ingreso bajo y mediano, según el análisis preliminar de un próximo informe del Banco Mundial. Esta incremento es la consecuencia del cierre prolongado de escuelas y de los escasos resultados de aprendizaje, a pesar de los esfuerzos de los Gobiernos por impartir enseñanza a distancia. En muchos de estos países, las escuelas han estado cerradas entre 200 y 250 días, nada menos, y muchas aún no han vuelto a abrir sus puertas.

Estos datos recientes muestran un aumento de 17 puntos porcentuales en la pobreza de aprendizajes, un panorama todavía más desalentador que la previsión de 10 puntos porcentuales presentada hace unos meses. Antes de la pandemia, la pobreza de aprendizajes ya era del 53 % y, según las estimaciones, aumentaría al 63 %, pero los nuevos datos demuestran un incremento real que llega al 70 %.

“Cientos de millones de niños han perdido, como mínimo, un año completo de escolaridad debido a la COVID-19. Esta pandemia ha causado la mayor pérdida de capital humano que se recuerde y la peor crisis de educación en el último siglo”, dijo David Malpass, presidente del Grupo Banco Mundial. “Es fundamental que los niños asistan a la escuela, especialmente los que están en edad de recibir educación primaria. Las consecuencias de los cierres de escuelas podrían hacerse sentir durante décadas y contribuyen a ampliar la desigualdad, en particular para las niñas”.

La información recogida en diversos países también confirma estas crudas tendencias. En Brasil, las investigaciones del estado de São Paulo indican que cada mes de escuelas cerradas equivale, cuando menos, a un mes de aprendizaje perdido. En consecuencia, un niño que cursaba tercer grado cuando las escuelas estaban abiertas y que ahora regresa a clases después de un año y medio de cierre tiene el nivel de un alumno de tercer grado, no de quinto. Tal como lo demuestran otros estudios, se observan pérdidas de aprendizaje similares en la provincia del Cabo Occidental (Sudáfrica) y en el estado de Karnata (India). Si no logramos recuperar estas pérdidas, la generación de niños de países con los cierres más prolongados sufrirá una disminución de hasta el 10 % de los ingresos durante toda su vida.

La COVID-19 ha impactado severamente en la vida de los niños pequeños, los estudiantes y los jóvenes, y ha exacerbado las desigualdades en la educación. Además de la inequidad intergeneracional debido a los aprendizajes que pierde esta generación, también se ha ampliado la brecha en términos de progreso entre niños ricos y pobres. Muchos niños pequeños —según las estimaciones, 350 millones en el peor momento de la crisis— también perdieron la posibilidad de recibir su comida principal en la escuela, lo que genera riesgos de malnutrición y daños irreversibles para su desarrollo cognitivo, físico y del lenguaje, así como para el capital humano. Entre los diferentes grupos etarios, los impactos de la pandemia en el aprendizaje han sido más evidentes a nivel de escuela primaria y preescolar.

Muchos estudiantes también quedarán rezagados debido a la pandemia, ya que no regresarán a clases cuando reabran las escuelas. En Kenya, un mes después de la reapertura de escuelas en enero de 2021, un tercio de las jóvenes y una cuarta parte los jóvenes —adolescentes de entre 15 y 19 años— no habían regresado a clase. Este resultado es comparable con la tendencia observada durante la epidemia de ébola en Sierra Leona, donde las escuelas estuvieron cerradas durante casi un año y entre un quinto y un cuarto de los adolescentes no retomaron la educación.

“Las pérdidas en la educación son una parte del dramático revés que sufre el capital humano y que pone en peligro a esta generación. Es imperioso intervenir, tanto por motivos morales como económicos”, dijo Mamta Murthi, vicepresidenta de Desarrollo Humano del Banco Mundial. “Los países deben implementar planes ambiciosos y enérgicos en gran escala para recuperar esas pérdidas, haciendo hincapié en las poblaciones más desfavorecidas, en particular las niñas y las jóvenes, los niños con discapacidad y los miembros de familias pobres”.

En respuesta al empeoramiento de la crisis educativa, el Banco Mundial ha ampliado rápidamente su apoyo a los países en desarrollo, con proyectos que llegan al menos a 432 millones de estudiantes y a 26 millones de docentes (lo que equivale a un tercio de la población estudiantil y casi un cuarto de la fuerza laboral docente en los países clientes actuales). El Banco es la mayor fuente de financiamiento externo para la educación en los países en desarrollo. En los últimos dos ejercicios económicos, el respaldo brindado a la educación alcanzó los USD 11.500 millones.

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