Cuando decir «Sí» cambia toda una vida

A veces me pregunto si de verdad entendemos lo que significa elegir una carrera universitaria. ¿Somos conscientes de que, en esa decisión, podemos cambiar el curso de nuestra vida? No hablo de un simple trámite burocrático de escoger entre psicología, ingeniería o medicina, sino de un acto que implica romper con el destino previsto por la familia, el colegio, las circunstancias. Lo pienso cada vez que veo a mis estudiantes luchar con sus dudas, sus miedos, sus historias.

En mi investigación con graduados de psicología en el Politécnico Grancolombiano encontré que muchos vivieron lo que yo llamo el acto inventivo: ese momento en el que, a pesar de lo que el mundo les decía (sus profesores, sus padres, sus propios miedos) decidieron dar un paso que los sacó del camino trazado. Me conmueve pensar en los participantes que ya siendo policías decidieron estudiar psicología, o en el que trabajó años en una compañía hasta que un día se atrevió a escuchar su voz interior y comenzar de cero. Cada historia es un recordatorio de que somos más que las etiquetas que nos colocan desde afuera.

Recuerdo que, en mi propia experiencia, no fue tan distinto. Yo también viví esa experiencia de sentir mi vida transformada al comenzar a estudiar psicología, no solo en lo intelectual sino también en la existencia. A veces pienso que si no me hubiera atrevido hoy estaría atrapada en otra vida, cumpliendo expectativas ajenas. Y tal vez sin saberlo, le estaría negando a muchos estudiantes la posibilidad de tener una profesora que cree en la capacidad de inventar su propio destino.

El acto inventivo es ese instante en el que logramos sustraernos de las determinaciones propias y externas, la biología, los discursos, las casualidades para realizar una acción que no estaba prevista. Como cuando alguien renuncia a su zona de confort y se lanza al vacío. Es el acto que nos recuerda que no somos solo producto de la genética, la cultura o la historia familiar, sino que también somos deseo y libertad.

Y es ahí donde la universidad juega un papel crucial. Si algo debería enseñarnos la formación universitaria y, en especial la de psicólogos, es precisamente a cuestionar, a dudar, a interrumpir las lógicas establecidas.

No se trata solo de adquirir técnicas y métodos, sino de aprender a ser humanos que piensan por sí mismos, que se atreven a romper con lo dado para abrirle espacio a lo posible.

En el aula, yo procuro fomentar esa chispa. No quiero que mis estudiantes salgan repitiendo discursos vacíos, sino que se atrevan a preguntarse por qué piensan lo que piensan, por qué sienten lo que sienten. Que entiendan que la psicología no es solo un conjunto de teorías, sino un modo de habitar el mundo y transformarlo. Porque al final, como me lo enseñaron los graduados, la verdadera formación no ocurre en el diploma, sino en esos actos pequeños y a veces gigantes que nos cambian la vida.

Hoy, al ver cómo cada uno de ellos, desde su propia historia, logró hacer un acto inventivo y transformar su devenir, siento que nuestra tarea como docentes va más allá de transmitir conocimientos. Se trata de acompañar, de reconocer en cada estudiante ese momento de valentía que los saca del libreto. Porque al final, ser psicólogo o cualquier otra profesión implica ir más allá de lo establecido, e inventar nuevas formas de ser.

A N U N C I O