La Covid-19 golpea por segunda vez en menos de un año. Y lo hace con fuerza especial en Europa y España. Nuevas medidas para evitar los contagios se ponen en marcha y revolotea la sombra de un nuevo confinamiento domiciliario. En medio de esa situación emerge una pregunta: ¿Cerrarán los colegios?

No hay postura clara sobre la conveniencia de hacerlo, ni por parte de profesores, ni de epidemiólogos; menos aún entre las familias, abrumadas por la incertidumbre ante la disparidad de criterios.

Según un informe de la UNESCO, el virus supuso la mayor interrupción escolar de la historia: 1 600 millones de estudiantes en más de 190 países de todo el mundo (94 % de la población mundial de estudiantes y 99 % en los países más desfavorecidos).

Esa interrupción tiene consecuencias educativas (ausencia de enseñanza), personales (carencias de socialización) y familiares (imposibilidad de atender escolarmente a los hijos en muchas familias).

Infraestructura para aprender en el hogar

Para desarrollar la enseñanza en el hogar se necesita infraestructura digital suficiente, formación adecuada del profesorado para la docencia virtual y una red familiar con un mínimo de formación y con posibilidades de dedicación. Todas estas circunstancias no se dan siempre. Pero en todo el periodo de escolarización de un niño (10 o 12 años como mínimo), y según el paradigma del aprendizaje permanente, la recuperación de una ausencia escolar limitada en el tiempo podría recuperarse posteriormente.

La falta de contacto con iguales tendrá consecuencias que sería imposible determinar sin un seguimiento a quienes la han padecido. Pero es evidente que establecer relaciones sociales a edades tempranas resulta crucial para un desarrollo psicológico y afectivo equilibrado. Eso fundamenta que la escolaridad se inicie lo antes posible.

El cierre de escuelas obliga a una atención permanente e intensa por parte de las familias hacia los hijos escolarizados y un mínimo de formación para ayudarles en su aprendizaje. La atención necesaria es incompatible en el caso de progenitores que trabajan, incluso si se hace con la fórmula de teletrabajo. El confinamiento de la primera ola dejó esto patente. Y no todas las familias cuentan con formación adecuada para apoyar en todos los contenidos escolares.

El contexto latinoamericano

Los contagios entre niños tienen una incidencia menor que en adultos y la gravedad con que cursa la enfermedad a edades tempranas suele ser menos dramática.

¿Conviene, pues, cerrar las escuelas? Según esas reflexiones, parece que no. Pero muchos países sí lo han hecho, sobre todo en el contexto de Latinoamérica. Y no sin consecuencias.

En Argentina, con un confinamiento social de los más largos y severos de todo el planeta, el curso comienza en marzo y en ese mes de 2020 el presidente anunció el cierre de todas las escuelas (de manera centralizada a pesar de la estructura federal del país) y la puesta en marcha de una plataforma para recursos de aprendizaje (www.seguimoseducando.gob.ar).

Han pasado 7 meses, grandes áreas del país no tienen los recursos digitales adecuados para seguir la enseñanza en línea y las cifras de la pandemia no parecen mejorar.

Otro país federal que decidió de forma centralizada cerrar completamente las escuelas desde el primer momento fue Brasil. Hoy ya son muchas las voces que solicitan su reapertura toda vez que otros sectores de la actividad han comenzado a funcionar. Y las cifras de contagios no paran de crecer.

Con un cierre total de las escuelas desde marzo, que continua aún vigente, se encuentra también Colombia, donde diferentes resoluciones del gobierno central han pretendido implantar sistemas docentes a distancia.

Se han realizado encuestas a los padres colombianos y parecen estar de acuerdo con la medida, así como los sindicatos, que se han opuesto a regresar a la modalidad presencial, sobre todo teniendo en cuenta que el promedio de edad del magisterio en Colombia se encuentra en el rango de riesgo de complicación de la enfermedad.

Paraguay sufre un cierre total de sus escuelas desde el 11 de marzo. La medida afectó a todo el país y, sin embargo, existían y siguen existiendo varias zonas, sobre todo rurales, donde prácticamente no hay contagiados. Muchos creen que en aquellas zonas las clases presenciales deberían haber continuado.

Por su parte, Uruguay cerró sus escuelas el 17 de marzo, pero las reabrió en junio, primero en las zonas rurales y después en las urbanas. El regreso escalonado a las aulas tuvo en cuenta criterios de edad y relevancia de los cursos.

Los cierres tienen consecuencias graves. Estos países se caracterizan por vivir realidades con mucha desigualdad interna. La pandemia ha evidenciado en mayor medida las brechas sociales. Por ejemplo, en cuanto a la disponibilidad de computadores o teléfonos móviles en casa y el acceso a internet.

Ello ha dificultado que muchos alumnos sigan las enseñanzas alternativas a la escolarización.

En Colombia, por ejemplo, un 22,3 % de instituciones educativas cerraron y no ofrece clases virtuales, y un 21 % de escuelas ofrecen clases virtuales, pero las familias no cuentan con dispositivos para seguirlas. Y en Paraguay solo el 20 % de la población accede a internet desde un dispositivo como un ordenador personal o tableta.

EE UU, Rusia y China

Otros países no han adoptado esa medida de manera tan drástica. Gigantes como EE.UU., Rusia o China nos sirven de ejemplo. Allí, los gobiernos centrales han delegado la decisión en los gobiernos federales y los cierres han sido mayoritariamente parciales, eso sí, con numerosas medidas de prevención, como la toma de temperatura, la ventilación constante de las aulas, la desinfección entre los turnos de clase, la obligación de mascarillas, etc.

¿Qué ocurre en Europa?

También en el entorno europeo el cierre de escuelas ha sido una medida tomada solo durante los momentos más duros de la primera ola de la pandemia. Actualmente, a pesar de medidas de confinamiento social más o menos estrictas, Francia, Alemania, Italia o el Reino Unido mantienen sus escuelas abiertas.

No obstante, las medidas llevan al cierre temporal de algunos grupos concretos en los que se detecta algún caso de la enfermedad. Los denominados “grupos burbuja” (mantener a los niños en grupos de contacto reducidos) permiten aislar a un número menor de estudiantes cuando un caso aparece.

Aumento de la desigualdad

Es evidente que un cierre de escuelas sin condiciones sociofamiliares adecuadas aumenta la desigualdad. El derecho universal a la educación consagrado en la declaración universal de Derechos humanos y en tantos otros documentos de política educativa supranacional se ve manifiestamente vulnerado para millones de menores. Además, algunos seguimientos epidemiológicos permitirían afirmar que los colegios no son un foco principal de contagio en el caso de menores.

Todo ello reafirma la posición de que no parece adecuado cerrar las escuelas, siempre que se sigan escrupulosas medidas de prevención de contagios y de seguimiento de los casos detectados.

Así las cosas, conviene alertar sobre el riesgo de un colapso en el sistema educativo. Nos hacemos eco del informe mencionado de la UNESCO que nos recuerda que la educación, más allá de un derecho fundamental en sí mismo, es la llave para poder ejercer otros derechos fundamentales. “Cuando el sistema educativo se colapsa, la paz, la prosperidad y las sociedades productivas se hace inviables”.


El autor agradece la colaboración de Guillermo Ramón Ruiz (Universidad de Buenos Aires, Argentina); Leandro de Campos Caldeirao (Universidad Autónoma de Madrid); Beatriz Macedo (Uruguay); Vanessa Monterroza Baleta (Colombia); Wilson Daniel Palacios García (Colombia); Amanda Fulford (Edge Hill University, Reino Unido); Carmen Tortosa (EE.UU.); María Sokolova (Universidad Estatal Técnica del Don, Rusia); Francisco Javier Giménez Duarte (Universidad Nacional de Pilar, Paraguay); Anton Vorochkov (Universidad Autónoma de Madrid) y Vlademir Marim (Universidade Federal de Uberlândia, Brasil).The Conversation


Javier M. Valle, Director del Grupo de Investigación sobre Políticas Educativas Supranacionales, Universidad Autónoma de Madrid

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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