En varios países de Latinoamérica el año 2019 será recordado como el del estallido social. Eso es particularmente cierto en el caso de Chile, pero en buena medida puede ser visto como una moraleja de lo que puede ocurrir en naciones que logran crecer, pero no son capaces de hacerlo con inclusión social. Es decir, mejorando de manera integral las condiciones de vida de las personas y promoviendo el acceso a oportunidades educativas, trabajo, salud, vivienda, seguridad, entre otras, en especial de aquellos grupos más vulnerables.

Es sabido que los países de América Latina se encuentran entre los más desiguales del mundo. Solo algunos de África son más desiguales. Pero también son de los menos innovadores. Ningún país de la región está entre los primeros 50 del ranking del Índice Mundial de Innovación 2019 de la OMPI. Aunque hoy la mirada está puesta en las urgencias que emanaron de las protestas sociales, es difícil pensar que los países latinoamericanos podrán avanzar demasiado en enfrentar los retos que tienen por delante si no se hace un esfuerzo por promover mayor innovación. ¿Suena extraño? Déjeme tratar de explicarlo.

Es claro que políticas que mejoren la inclusión social deben ser una prioridad. Pero también es importante notar que sin un importante incremento de la productividad será muy difícil sostener un mayor nivel de gasto social y menos aún generar mejores empleos, que son claves para disminuir la desigualdad.

Y sucede que en las últimas décadas la expansión económica de la región se ha sustentado fundamentalmente en el crecimiento demográfico y en la explotación extensiva de recursos naturales. Sin embargo, en varios países ya se está experimentando una transición demográfica que implica que una creciente proporción de adultos mayores deberá ser sostenida por una porción menor de personas en edad de trabajar. Ello solo será posible con un fuerte aumento de la productividad y la evidencia acumulada por años de investigación nos dice que la innovación es el factor que permite generarlo.

No se me ocurre ningún camino distinto al de lograr mayores niveles de innovación para poder conciliar la necesidad de crecer económicamente con las impostergables demandas de inclusión social y sostenibilidad

Por su parte, los efectos del cambio climático ya se hacen sentir en la región en forma de creciente escasez hídrica, surgimiento de nuevas plagas, inundaciones e incendios, entre otros, todo lo cual afecta la capacidad productiva en el campo agropecuario, forestal, minero o acuícola. Más aún, la necesidad de cumplir con estándares medio ambientales más elevados, así como la competencia por el uso del agua y del territorio en general, han vuelto más difícil la materialización de grandes proyectos de inversión que antes eran rápidamente aprobados, sin perjuicio de los impactos que podían tener en el entorno o en la vida de las comunidades.

De este modo, América Latina en realidad no solo enfrenta el desafío de lograr mayores niveles de inclusión social, sino el gran reto de elevar la productividad y ser más sustentable ambientalmente. Estos objetivos ciertamente se encuentran muchas veces en contradicción, pero es claro que sacrificar uno a costa de los otros no representa un camino viable e inevitablemente conducirá a nuevos conflictos.

No se me ocurre ningún camino distinto al de lograr mayores niveles de innovación para poder conciliar la necesidad de crecer económicamente con las impostergables demandas de inclusión social y sostenibilidad. En efecto, es a través de la introducción de nuevas formas de producir o de nuevos tipos de producto que se puede lograr un uso más eficiente y a la vez ambientalmente sostenible de los recursos.

¿Cómo lograr disponer de cultivos de alto rendimiento que utilicen menos agua y menos agroquímicos? ¿Cómo desarrollar embalajes de bajo costo que no utilicen plástico y que sean biodegradables? ¿Cómo utilizar más extensivamente la energía solar? ¿Cómo utilizar el potencial de la tecnología digital para extender el uso de la telemedicina?

Las oportunidades y desafíos son múltiples. Y son las empresas y los países que generen las respuestas a este tipo de cuestiones quienes estarán a la vanguardia de transitar hacia un desarrollo verdaderamente inclusivo y sostenible. El problema, claro está, es que avanzar en esa dirección requiere realizar esfuerzos que no van a rendir fruto en el corto plazo y ciertamente implica destinar recursos que hoy disputan problemáticas que políticamente son urgentes.

Sin embargo, la historia nos muestra que, enfrentados a coyunturas similarmente dramáticas, países como Finlandia, Irlanda o Corea del Sur, tuvieron el coraje de entender que no hay atajos para el desarrollo. Estas naciones destinaron, y siguen destinando, significativos recursos públicos para estimular la innovación, formar y atraer talento, y fortalecer sus capacidades científico-tecnológicas. Sus esfuerzos no tuvieron frutos inmediatos, pero hoy los resultados están a la vista.

Frente al imperativo de lograr un crecimiento económico inclusivo y sustentable, el imperativo de innovar debe ser parte fundamental del nuevo trato social que impulse una nueva ruta de progreso en América Latina.


Gonzalo Rivas es el jefe de la División de Competitividad, Tecnología e Innovación del Sector de Instituciones para el Desarrollo del BID.

Artículo publicado originalmente en El País. Leer el original aquí.

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