Hay quien piensa, y defiende, que el siglo XXI comenzó en marzo de 2020. Si analizamos esa aseveración desde el ámbito educativo, podemos concluir que no va mal encaminada. Vivíamos (y vivimos) en la sociedad de las comunicaciones, de la información y las tecnologías, con multitud de recursos a nuestro servicio (plataformas telemáticas, aplicaciones de videoconferencia, recursos multimedia, etc.) que no se estaban utilizando de forma generalizada hasta que llegó la pandemia.
Una terrible crisis sanitaria a nivel mundial, y un confinamiento domiciliario de varios meses, han forzado a las instituciones educativas y, sobre todo, a los diferentes agentes de la comunidad educativa (profesorado, alumnado, familias, etc.) a adaptarse a la era de las tecnologías.
Si a ello sumamos la necesidad de asimilar, desde el curso pasado, interminables protocolos escolares repletos de indicaciones sobre distancias de seguridad, grupos burbuja, horarios de acceso y salida de los centros, limitaciones y prohibiciones, higienización, etc., tenemos que asumir que la educación pospandemia ha conllevado multitud cambios. Cambios de los que se pueden extraer muchas lecciones, algunas de las cuales nos deben servir para mejorar todo aquello que antes de la pandemia no se hacía correctamente.
¿Cómo se ha adaptado la comunidad educativa?
Si hubiera que realizar una clasificación sobre qué agentes educativos se han adaptado mejor a los cambios asumidos en la educación pospandémica, sin duda, los niños y niñas se llevarían el primer puesto. Aunque suene tópico, los menores nos han dado una lección al profesorado y a las familias en lo que a la asimilación de normas derivadas de la pandemia se refiere.
Sin quejas, asumiéndolo como algo intrínseco a la nueva normalidad escolar, y comprendiendo que es lo mejor para su proceso de enseñanza-aprendizaje, los pequeños han soportado horas con la mascarilla, han adaptado sus juegos en el patio del recreo, han normalizado la higiene de manos a todas horas, han realizado trabajos online si se requería, etc. En definitiva, han continuado con cierta normalidad su escolarización.
El shock de docentes y familias
Sin embargo, tanto docentes como familias sufrieron un fuerte shock, sobre todo durante la etapa de confinamiento. Fue necesario adaptar de un día a otro una docencia completamente presencial a una enseñanza 100 % online, algo que supuso grandes tensiones.
En el caso de los docentes, el confinamiento aireó diferentes grados de carencias en competencia digital. Tener que utilizar recursos TIC (Tecnologías de la Información y Comunicación), plataformas LMS (del inglés Learning Management System) o sistemas de videoconferencia para impartir clase, y cambiar la metodología tradicional por metodologías activas, entre otros aspectos, han puesto de manifiesto la falta formación del profesorado en competencias digitales.
Durante el curso pasado, también tuvieron que soportar estoicamente muchas horas con mascarillas, estar constantemente pendientes del cumplimiento de normas y protocolos, acudir a formaciones específicas anticovid y asumir la incertidumbre de la vacunación con AstraZeneca (que estuvo varias semanas parada por los organismos sanitarios). A lo que se añadía la tensión vivida con respecto a los casos positivos acaecidos en los centros. Todo esto hizo que los docentes llegaran más cansados que otros años a final de curso.
La multitarea llevada al extremo
Por su parte, las familias se vieron, durante la primera fase de la pandemia (el confinamiento domiciliario), con la obligación de aumentar su carga de trabajo, perdiendo, en muchos casos, las redes de apoyo familiar (abuelos, tíos, etc.) con las que contaban y que suponían un magnífico soporte en muchas de estas situaciones. Esto provocó que padres y madres, además de afrontar sus quehaceres diarios, tuvieran que convertirse en profesores particulares, en técnicos informáticos, en expertos sanitarios, etc., viéndose además obligados a convertir sus hogares en aulas y oficinas.
Los núcleos familiares, que no estaban acostumbrados a pasar tantas horas juntos, se enfrentaron a tensiones crecientes. Este último curso, aunque los niños han acudido al colegio, las familias también han tenido que acatar protocolos centrados en los horarios y lugares de acceso al centro, distancias de seguridad en las puertas, higienización de materiales y vestuario, etc.
Lecciones positivas
A pesar de las tensiones y dificultades recientes, son varias las cuestiones que se han mejorado gracias a la pandemia. Mejoras que deberíamos mantener.
En primer lugar, ha mejorado la formación de los docentes, que en pocos meses se tuvieron que actualizar para mejorar la competencia digital. Debemos seguir teniendo como uno de los principales objetivos que todos los docentes estén al día con respecto al uso de las TIC y las metodologías activas, y no esperar a que llegue una nueva situación límite para hacerlo.
En segundo lugar, la optimización de tiempos y recursos. ¿Cuántas reuniones innecesarias se han evitado por no poder estar físicamente? Las reuniones y tutorías online con las familias han sido muy bien acogidas.
También se debe quedar la higienización continua de manos, la organización de accesos y salidas de los centros, las prohibiciones a los padres de acceder a los centros sin control, etc.
La educación postpandémica será, sin duda, más personalizada, tecnológica y adaptada al siglo XXI.
Álvaro Pérez García, Coordinador Académico Adjunto del Grado de Pedagogía. Facultad de Educación UNIR, UNIR – Universidad Internacional de La Rioja
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.